Sursum Corda

Sursum Corda
Photo by Nick Morrison / Unsplash
Charlie Haden, En la orilla del mundo

Hace un año me desperté deseando que el 2010 fuese radicalmente distinto al 2009. Pedí felicidad. Y aunque me ha sido difícil llegar a ella, parece que la he encontrado. Muchos me habéis oído decir que soy una mujer nueva, una Tania 2.0. Y mi trabajo me ha costado.

El primer día de este año que hoy acaba lo empecé como tantos otros del final de 2009: llorando. Viviendo una relación que me machacó anímica y psíquicamente. Que me hundió. Lo peor de todo es la conclusión que obtengo echando la vista atrás: la culpa fue mía por haber aguantado tanto. Por no haber acabado de raíz y desde el principio con aquello que me hacía daño. Pero sin embargo resistí. Aún cuando todo el mundo  a mi alrededor me decía que lo dejara… A veces, desde dentro, es más complicado ver las cosas. Yo me despertaba y por una fracción de segundo quería creer que las cosas no eran como estaban siendo. Pero la realidad me golpeaba continuamente. Y todos los días, a lo largo del día, pensaba: esto no puede estar pasando, esto va a cambiar, seguro que todo se va a arreglar…

No se arregló. Así que acabé atrapada en una espiral de crisis de ansiedad, antidepresivos, ansiolíticos, angustia, desesperación, y humillación personal. Porque pensándolo desde la distancia, yo misma me humillé más de lo que pudo hacerlo nadie. Y eso sí que provoca dolor, un dolor intenso e inmenso, inimaginable.

El estado psíquico-anímico se reflejó en el estado físico. Mi sistema inmunitario se debilitó hasta el extremo de hacerme pasar por dos bronquitis, manchas en la piel de las que se desconocía su origen, un número incontable de gastroenteritis, una mandíbula que gracias a la tensión no se abría ni siquiera para poder masticar un «bollycao» y finalmente una contractura que me provocó una rectificación cervical dolorosísima y que no me permitía moverme, hasta tal punto que mi padre o mi hermano se veían obligados a ayudarme para poder levantarme de la cama o del sofá, porque yo sola no podía.

Hasta que un día, tal vez a causa del instinto de supervivencia, o tal vez a causa del hartazago, mi cerebro hizo «clic». Y decidí que ya estaba bien. Y la decisión fue dura, durísima. Se acababa una etapa de 6 años de mi vida. Pero la disyuntiva tampoco dejaba más margen de decisión: o la vida, o morirse.

Aunque al principio fui muy reacia a ello, finalmente acabé en la consulta de un psiquiatra. Medicada. No me hizo ni un poco de gracia. Pero aquella medicación me dio la vida. Me permitió respirar. El psiquiatra me derivó al psicólogo. Y ahí sí que tuve mucha suerte aunque no me hiciera tampoco ni un poco de gracia. Me encontré con una persona que me dio una visión radicalmente distinta de las cosas a la mía. Que me obligó a preguntarme cosas que estaban delante de mis narices pero en las que no pensaba. Que me arreó la colleja (virtual, se entiende) que necesitaba para espabilar. Y a partir de ahí todo cambió.

El camino fue duro, pedregoso, lleno de obstáculos, de malos momentos. En el camino he perdido a gente que apreciaba de verdad. En el camino se lo he hecho pasar mal a gente que me quiere.

A mis padres, que no entendían lo que pasaba.

A Fran, que antes de ser mi novio fue un gran amigo y que aparcó su dolor, mucho más intenso que el mío (por irremediable), para darme su apoyo, en cualquier momento, hora o lugar. Que recogió mis trocitos cuando después de acabar con todo lo que me hacía daño me encontré vacía y sin ganas de seguir adelante. Que me devolvió la ilusión perdida. La energía. La cercanía de nuevo a cosas en las que había dejado de creer. Que todos los días me regala un amor maravilloso e inmenso, sin condiciones, generoso, eterno… como yo siempre imaginé que sería el amor. Que me da paz. Que me hace sonreír.

Hoy he querido echar la vista atrás y observar mis vivencias a lo largo de este año. Y sentirme orgullosa de haber sobrevivido. Y dar gracias por todo lo bueno que he tenido y tengo en este año. Y decidir no volver a mirar atrás, sino siempre hacia adelante. Y dejar constancia de que por muy mal que parezcan ir las cosas, al final, siempre hay una solución, aunque para llegar a ella tengamos que derramar muchas lágrimas.

Así que, Feliz Año Nuevo para todo el mundo! Que el 2011 venga lleno de felicidad y cosas buenas. Y aunque esta es una frase que creo que ya he dicho en estos días: gracias a todos los que habéis estado ahí, por vuestro apoyo. Y gracias a los que habéis llegado a mi vida recientemente, por haberme recibido así de bien.

Sursum Corda!

Comentarios (recuperados del antiguo wordpress)

fran dice:  1 enero, 2011 en 07:18

El camino fue duro pero… ha quedado atrás, bien enterradito. Y me siento feliz de haber estado de la mano contigo en el último tramo, y en el comienzo del nuevo camino de nuestro amor :-)

Tania dice:  2 enero, 2011 en 17:13

Sabes que lo único que puedo hacer es agradecerte la vida que me has dado y que me das todos los días

:-)

Te amo!

Esther dice:  3 enero, 2011 en 09:59

no sabes como te entiendo. Besiños y a disfrutar de la vida que es muy corta. Besiños amore!

Tania dice:  4 enero, 2011 en 14:43

El problema es que a veces nos cuenta entender hasta eso: que la vida es muy corta. Te acuerdas que tú también me dijiste que lo mandara a la mierda? Cuando por fin lo hice, la recompensa fue ser feliz. :-) Besiños wapa!